Tuk-and-the-water Story Our Cloud 云 (Yun) bupabopi Illustration by Jason Pym

Tuk era un gato al que le fascinaba el agua. En todos sus estados. El agua en vaso, en estanque, embotellada, goteando de un grifo o el remolino turbio del inodoro. Se podía tirar horas cambiando posturas inmóviles, la mirada amarilla fija en esa sustancia casi transparente que respira otros aires. Lo que más ansiaba en este mundo era saber nadar para introducirse en esa otra dimensión, ese moverse con soltura, libre de gravedad, como hacían los peces.

Los pobres estaban aterrorizados porque confundían envidia con instinto asesino. Y eso que todo el mundo considera a los peces los más simples del reino natural.

Pronto Tuk se hartó del agua en sus formas caseras y fue a probar suerte por los alrededores. Encontró agua en una alcantarilla, pero le resultó demasiado asquerosa y ¡miaaau! salió por patas. Encontró agua en varias peceras, y le hizo gracia el burbujeo de la bomba de aire, pero a la larga se le hizo demasiado estática. Por fin un día encontró el agua que más le inspiraba. Era un río grande y caudaloso con rincones más tranquilos donde el agua hacía un remanso, y fluía, cristalina, entre rocas y guijarros.

Allí se podía pasar horas y horas, contemplando los enormes peces nadar majestuosos cuando no eran conscientes de su presencia, y espantados cuando reconocían su silueta felina más allá del espejo de la superficie.

Empezó a ir todos los días, siempre al mismo remanso del río, hasta el punto que los peces casi mueren de hambre por no atreverse a dejar sus refugios para comer.

Además donde más comida había era en las aguas que discurrían más tranquilas, precisamente donde el gato prefería estar. Tampoco podían aventurarse por otros remansos  porque pertenecían a otros clanes de peces. Cada clan tenía su zona y no podía salir de ella. Era Ley Pez.

Un día, el más valiente y grande de los peces, harto de ver a los suyos sufrir, decidió plantar cara al gato. Se puso a nadar, ostentoso, por los remansos de la orilla, esperando ver la silueta negra y ágil, los ojos amarillos, y cuando por fin lo vio se le acercó. “Aquí me tienes, cómeme, puedes ver que soy un delicioso bocado, me entregaré a ti con tanta facilidad que apenas te tendrás que mojar, pero me tienes que prometer que a cambio (en el reino animal, al contrario del humano, las promesas se cumplen) dejarás en paz a los míos, y te vas después a cazar a otras partes del río, donde te garantizo que los peces serán más suculentos”.

Tuk, al principio encantado que una de las fascinantes criaturas del agua se dignase a hablar con él, se mostró a la vez sorprendido y divertido. “¿Yo, comerte? ¡Pero si tan sólo puedo de comer pienso de gato!” “Entonces, ¿a qué vienes todos los días?” “A ver como nadáis, y si no estáis, como por desgracia viene siendo últimamente, a soñar que puedo nadar como vosotros.” “¿Eres un gato que no teme el agua?” “Los gatos no tememos el agua, ¡tememos ahogarnos! Sería la única muerte que nos impediría volver a renacer, agotando de golpe nuestras siete vidas.”

Al pez le dio una idea. “Y si yo te enseñara a nadar, ¿me jurarías amistad y lealtad durante tus siete vidas, a mí y a los míos cuando yo no esté?”(por que los peces, si viven bien y sin sobresaltos, pueden llegar a vivir mucho más de lo que muchos imaginamos). Tuk aceptó entusiasmado, y a partir de ese día empezaron sus clases de natación. Al principio le sujetaban entre todos para que sintiera el agua y sus movimientos, pero pronto le enseñaron a moverse y usar sus músculos para mantenerse a flote e impulsarse, así como aguantar el aire en los pulmones y presionarlo contra la nariz para que no le entrara agua, e incluso a sujetar un junco en la boca para poder respirar bajo la superficie.

Tuk no tardó en convertirse en un gran nadador, se hizo gran amigo de los peces, y sin querer evitarlo espantó a los demás clanes del río, que tuvieron que emigrar al mar.

El río se convirtió en el reino de estos peces, que se volvieron más fuertes y grandes que los demás de su especie, tuvieron muchos, muchos hijos y terminaron siendo una especie autóctona conocida como los “peces gato” porque sabían maullar y hablaban así con todos los gatos que venían a verlos al río.